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martes, 30 de agosto de 2011

JMJ

Esta vez no entiendo las protestas. Fue un problema de falta de iniciativa: los madridistas de todo el mundo podían haber solicitado la celebración de su victoria en el Vaticano, mientras se cedía el Sol a los católicos.
Espero que la preocupación general vaya disminuyendo al considerar que los musulmanes tienen prohibido el alcohol, de modo que no habrán botellones indebidos cuando se convoque la JMJ (Musulmana) en un estado laico como éste, que abre siempre sus puertas, no por caridad cristiana, sino por diplomacia democrática. Seguro que los dirigentes andan preparando las antiguas viviendas de los judíos expulsados para realojarlos temporalmente en la JMJ (Judía) que convoquen.
No hay más prueba del laicismo del Estado que la libertad que se da a sus defensores de manifestarse el mismo día de la Jornada. Que nadie se confunda, los antidisturbios son un organismo neutral, como todo lo que se paga con nuestros impuestos. Aquellos incidentes ocurrieron porque los asistentes de ambos bandos no tuvieron la suerte de acudir a las clases de Educación Para la Cuidadanía que se imparten actualmente.

Entiendo también la postura de los medios de comunicación, su feroz insistencia en retransmitir al físico Papa, por cuestiones prácticas. Se trata de una persona sola. Es cómodo para la cámara. Pero he de añadir que quizás se quedasen contemplando a través del objetivo unos segundos de más por eso de tener delante a un líder. Seguro que muchos sintieron nostalgia.
Hay en Benicássim ahora mismo otro encuentro mundial, el de una cultura hilvanada por música reggae, que se trasladó a España desde Italia poco después de la exitosa primera visita del nuevo Papa en Valencia. Se trata del Rototom, injustamente menos retrasmitido que el espectáculo cristiano.
Para que todos los países sigan contribuyendo con esta dinámica nuestra, propondría en Alemania un homenaje a Fidel Castro, o que enviemos a Rusia a toda la derecha veinteañera del planeta, con tiendas de campaña, bocadillos y música, que es lo que faltó a la política de los siglos anteriores.
Hay que aprender de la historia. Si lo hubiésen hecho de este modo, en lugar de guerras, habríamos conseguido un enriquecedor intercambio cultural.