Todavía siguen en las paradas de autobús los carteles que se jactan de que "los valencianos somos los únicos que tenemos el valor de quemar el trabajo de todo un año". Por mí, puede arder la ciudad entera si es necesario, así, si Rita la reconstruye, abrirá su avenida al mar de una vez. Si tengo que enorgullecerme de ser valenciana, lo hago, como si debiera jurar que creo en Dios por Navidad. Ante todo, que vivan las vacaciones, y la excusa, sea la muerte de Cristo o el pecado en Carnaval, merece ser celebrada.
No hay sentido ni defensa posible del espíritu fallero. Tengo una amiga que es profesora de guardería, o limpiapañales más propiamente, que me contó que los niños sólo se emocionan con las canciones que se saben de memoria. Las demás les intimidan cuando exigen baile. Algo así pasará con las tradiciones propias.
Sé que se preguntan por ahí por qué lloran los falleros y por qué nos emocionamos los que no somos nada.
Lo segundo es más sencillo: ¿Quién no se ha quedado prendado de la llama de una vela? Qué ridículas son las bombillas al lado del fuego... ¡pues cómo de insignificantes se ven los edificios de las callejuelas acojonados por una hoguera de su tamaño! Las mejores son las de barrio, sin espacio a penas para respirar entre el humo y el agua de los bomberos.
La otra explicación es biológica: Teniendo en cuenta las horas de sueño que tiene un fallero por derecho (4) más las que se toma por necesidad (el cómputo equivalente a la siesta), el nivel de serotonina y demás hormonitas depresivas es probable que se vea alterado tras cinco días a ritmo de máquina y vestido tradicional. ¿Cómo no van a llorar las falleras el día 19 a la una de la madrugada?
Si a alguien le sirve de consuelo, las fallas comenzaron antes del siglo dieciséis por pura necesidad: Cuando se acercaba el verano, se quemaban los candiles y demás instrumentos que habían servido para dar calor en las calles durante el invierno, y los artesanos aprovechaban el fuego para limpiar su taller de cacharros y empezar de nuevo. Se quejaban los nobles y los clérigos, y lo más curioso es que hoy en día, como no hay trabajo, no hay madera que arda, así que hacemos el acto simbólico de quemarlos a ellos.