Datos personales

lunes, 27 de abril de 2009

YO VEO

El teléfono móvil está en mi mesa. Es de los que tienen tapita, sin cámara, sin blutuz, sin más opciones de fondo que un calendario cutre. Sól por fuera parece interesante. Cuando alguien me llama y lo despliego, él piensa que está abriendo las alas. La suya no es una creencia al azar.
Hay un hada inglesa de plata que cuelga de mi oreja, regalo de una amiga que pasó por Londres. Mi móvil una vez se perdió por Inglaterra, y por algún error de redes, satélites y otros sistemas, pasó a funcionar por siempre en inglés. Llámalo destino.
Mi móvil se cree hado, y mi hada se cree teléfono, porque recibe de vez en cuando extrañas vibraciones, de las que se piensa transmisora, a las que me oye contestar.
Ha sido así como mi teléfono se ha enamorado del hada, pues cree que ella intenta hablar con él (cuando es mi voz la que suena) y que él es perfecto para ella. Así tambien el hada se ha enamorado del teléfono, creyendo que él intentaba hablar con ella (siendo yo la que interrumpo) y que ella es de la misma especie que él.
Los dos ignorantes están ahora enfadados conmigo. El uno se apaga y no me enseña los mensajes que recibo, la otra se aferra a mi pelo para cortar el lóbulo y a tirones escapar. Creen los dos que soy idiota, sólo un objeto que les perturba y les separa porque ya no funciona bien. Pongo diques a la fluidez de su amor. Pobres seres subjetivos que al no ver más alla de ellos se han inventado su existencia.

miércoles, 15 de abril de 2009

REPÚBLICA

Ayer hizo 78 años que se proclamó en España la primera república. Muchos han revindicado el pasado, pero quizás ese sea el fallo de la mayor parte de las revindicaciones actuales: son anacrónicas. Ha pasado mucho tiempo desde entonces, época que no puedo resumir con precisión por falta de conocimientos. Lamento esta tendencia a considerar insuficientes todos los estudios históricos que consigo manejar, pues nunca me han parecido suficientes como para permitirme juzgar a partir de ellos. Mi objetivo no es el pasado, nisiquiera el pasado reciente, nuestro rey actual, sino el futuro dercano.
Hoy en día dicen en favor del rey que es una figura estable representativa del gobierno, gracias a la cual no es necesario construir una nueva relación con determinados mandatarios extrangeros a la hora de tratar determinados asuntos cada vez que se presdentan las elecciones.
De acuerdo.
Dicen también que se merece su posición por determinados actos que realizó en el pasado.
Tampoco discutiré con ellos.
Pero planteo: Cuando muera este rey ( espero que por causa natural, porque de lo contrario se le convertiría en un mártir por parte de muchos españoles y sus medios de comunicación, con lo cual la monarquía se perpetuaría de forma icónica), decía que cuando muera este rey , ¿no se podría llamar a su sucesor, que supuestamente es quien ha recibido la educación necesaria, ya no "rey", sino "figura estable representativa del gobierno", con todos los recortes que eso conyeva ideológica y políticamente hacia la familia real? ¿No sería este realmente su puesto? Llamemos a las cosas por su nombre y tratémoslas como lo que son. Fin del teatro.
Ha sido esta una propuesta realmente moderada si se exhibe junto a las pancartas que se habrán paseado ayer, y preferiría calificarla como un simple argumento dirigido más bien hacia los monárquicos, porque yo ayer habría gritado también: Viva la república.

martes, 14 de abril de 2009

BASUREROS de AMAPOLAS

Puedes enterrar mi corazón
en basureros de amapolas
puedes acunarme la razón
con los escombros de una noria
puedes educarme con pasión
para que yo no pierda el juicio
puedo escribirte poesías
como pago del servicio.
Puedes convertirme en la princesa
del reino de Nosotros
puedes castigarme por traviesa
cuando intento abrir los ojos
puedes poner sobre la mesa
tus virtudes y mis vicios
puedo escribirte poesías
como pago del servicio,
nada más,
porque amar a mares de lágrimas
a golpes y carcajadas
es sólo marear al alma
que ya confunde el cielo con tu espalda
y funde el celo con el ansia
de olvidar tu cara guapa.
Puedes enterrar mi corazón
en basureros de amapolas
No puedo decirte lo que soy
si a la luz tus ojos lloran.

lunes, 6 de abril de 2009

OKUPA UTOPÍA

(Fragmento del fragmento de un proyecto en proceso)




- No quiero pagar esta copa. No voy a pagar esta copa.
Da un trago.
- Y está bien cargada.
Observa al público.
- A mí, si me preguntan cuánto pagaría por esta copa, diría: Nada en absoluto. Es más, lo digo: nada en absoluto. Porque es la primera vez que me preguntan algo así. Yo siempre he hecho lo que me han dicho. ¡Cásate! Me caso. ¡Busca un trabajo! Lo busco. Y ahora que he perdido lo que conseguí, estoy jodido. Así que, por una vez que me preguntan cuánto pagaría por una copa, yo respondo: Nada. Porque hago lo que quiero yo solo. Porque quiero yo solo.
Acaba su copa sin respirar.
- Esas cosas no se preguntan.
Hace una reverencia.
Alguien se puso de pié, empezó a aplaudir e introdujo unos cuantos euros en la caja roja. Carcajada general.
El personaje que estaba sobre el escenario dio un par de pasos hacia la derecha y miró al suelo. La altura del escalón menos el radio del semicírculo por el que se paseaban sus ojos… qué más daba. La pierna izquierda calculó bien el esfuerzo, la derecha pareció no encontrar la rodilla y no saber por dónde doblarse. Casi se ríe de él. Desde su posición hasta la salida el camino no era recto aunque todo lo indicase así. Su cerebro alcoholizado le guiaba por una onda hacia un lado, una onda hacia el otro, como una serpiente en una cuna. Quiso haber sido de goma para hacer el camino más rápido. Quizás si hubiese bebido un poco más…


Caminaba un hombre por la calle con los pensamientos en alguna guerra y el piloto automático del cuerpo activado.
- Oye, amigo, aquí dentro dan bebida gratis.
El hombre miró al borracho, sucio, mayor, con la piel curtida y sin arrugas de los trabajadores de pico y sol, dos rodales de sudor en las axilas y un vaso vacío de cristal en la mano.
“Utopía”, rezaba el cartel.
El borracho se alejó por la acera, lentamente. Pareció mudar de piel cuando el neón azul de Utopía dejó de iluminarle y lo hicieron las farolas con su amarillo triste de ciudad. El hombre se hizo sombra con las pestañas y se acercó a la puerta del bar.


OKUPA UTOPÍA


I.
Entré en aquel lugar porque un acto tan hipócrita como llamar Utopía a un bar de copas me despertaba el mismo sentimiento que el resto de mi vida: repugnancia. Ya sabes, lo hice por no tener que cambiar de estado de ánimo, por no romper el equilibrio de frustraciones.
Esa noche había decidido estar enfadado pasase lo que pasase. Quería emborracharme hasta vomitar y al día siguiente tener una resaca horrorosa que me atara a la cama. Hacía un frió que quemaba los huesos, llevaba media hora deambulando solo y me detuve por el asco que me dio el viejo borracho. Era muy importante no romper la cadena de angustia.
Escogí bien el sitio. Estaba lleno de gente rara, había una silla libre de milagro. Todos miraban absortos una función de las que te enganchan con imágenes que no quieren decir nada. La representaban cinco payasos jugando con fuego. Payasos en el sentido de que parecían idiotas. Esperé un cuarto de hora mirando aquella bazofia. Nadie salía a servirme. Me ví obligado a abrir la boca, tuve que preguntarle a un tipo dónde estaban los camareros.
- Sírvete tú mismo.
Y señaló una estantería llena de botellas que cubría la pared del fondo. La parte de abajo estaba refrigerada, y la de arriba era para el alcohol de calidad. No había barra. Perfecto. Perfecto de verdad. Yo odio el moderno autoservicio, así que me acerqué allí sin cambiar de expresión, con el cabreo perfectamente acomodado en los labios. Qué poético.
“Un tubo de güisqui, solo, sin hielo”- Me dije a mí mismo.
- ¿Cuánto es?
El tipo de antes se había acercado rápido.
- No, respondí, es para mí.
El tipo se rió en mi cara:
- Ya lo se, me refiero a cuánto vas a pagar por él.
Yo creí que el tipo ahora se reía de mí directamente.
- Cuánto vale.
Fue casi una sentencia, tajante. El tipo le pegó una patada a su sonrisa amable y me “informó” de que tenía que dejar el dinero que creyese conveniente en la caja roja con una ranura. Se dio la vuelta y se fue.
Entonces comprendí la invitación del viejo borracho, y me sentó fatal. Beber alcohol gratis es destruirse sólo el cuerpo, pero no la cartera. Quería pagar diez euros por mi cubata. O doce. Es lo máximo que me han cobrado en un bar, doce, así que decidí meter esa cantidad por la ranura y seguir viéndome como un estúpido, como un hombre de treinta y siete años que se comporta como un adolescente irascible y desequilibrado.
Dividí el cubata en tres tragos, con un cigarro en cada intervalo y dos al final. La última calada la di al tiempo que sacaba quince euros para la segunda copa.
La función se terminó y empezó a crecer el murmullo de las conversaciones. No era todo lo molesto que hubiera deseado, la gente se comportaba en exceso, natural y cómoda. Pensé acabarme la segunda copa y marcharme de allí. Mejor dos copas. Dos tragos. Treinta y cinco euros.
Abrí una puerta por la que deduje que llegaría al cuarto de baño, pero me encontré en un recinto de metro y medio cuadrado con una chica que salía de otra puerta frente a la mía.
- Lo siento. Dije.
Ya no pensaba irme. Me di media vuelta para buscar el servicio, pero después me sentaría en mi mesa (si es que aún estaba libre) a seguir barajando la idea absurda de violar a aquella chica. En realidad me costaba imaginarme haciendo algo así, pero era la escena que quedaba bien con mis ánimos. Sólo me había dado tiempo a verle la cara, y en particular los ojos, que eran tan verdes, tan grandes y redondos, que me habría encantado estamparla contra la pared.
Mi silla estaba ocupada, así que me quedé de pié apoyado en una columna. Aún faltaban algunos tragos para que mi equilibrio me impidiera algo así. Todavía mandaba yo. Otro trago, por favor.
Esperé durante veinte minutos encontrármela de nuevo, escudriñando cada rostro durante más segundos de los que marcaba la discreción. Cuando estaba a punto de empezar a aburrirme, me acerqué al tipo de antes, que ya sabía que no iba a ser amable, y le pregunté por la chica de ojos verdes. Esta vez, sin ninguna duda, se rió de mí a carcajada limpia.
- Ya nadie sabe cuándo puede aparecer Ruth. Se retiró.
- ¿Es puta?
- No. Es… camarera.
- ¿Entonces de qué se retiró?
- Ella puso esto en funcionamiento.
No iba a deducir de aquello que la tal Ruth fuese inteligente, pero algo de carácter debía tener para abrir un local así. Entonces quizás me acostaría con ella un par de veces o tres.
Era obvio que aquel tipo la admiraba, así que se me ocurrió hacer el mejor comentario para irritarle:
- Me habría gustado violarla.
Utopía, vaya tontería de sitio. Es como cuando describes un color a un ciego y sonríe como si lo viera. Así reaccionaban ante el bar.
Cuando estaba sirviéndome de nuevo, el tipo se acercó a coger una botella de agua.
- ¿Estás contento con tu personaje de esta noche?
Empezaba a cansarme. No contesté, por supuesto. Continué echando el güisqui sobre hielos que chascaban por el contraste de temperatura. El tipo insistió:
- Puedo contarte una historia muy buena para enmarcar a tu personaje. Quizás te venga bien saber algo más de Ruth.
Le miré menos que de reojo al tiempo que colocaba la botella en su sitio con un movimiento seco. Le dediqué mi dedo corazón como si del mismo órgano se tratase y, ensangrentado, pudiera arrojárselo a la cara. Este gesto en sus orígenes servía para bloquear un mal de ojo. Aquel tipo me daba ya peor espina que eso.
A partir de entonces el reloj avanzó rápido y los hechos muy despacio. Seguí bebiendo. Quise esperar a Ruth hasta el cierre si hacía falta, pero allí nadie sentía respeto por la mirada de un antisocial nocturno.
Había una ninfa, una chica delgada, no muy alta, con la nariz fina y los ojos rasgados, que parecía tener ganas de pelea, y si te fijabas un poco mejor, sabías que era de las que te regalan la victoria arrodilladas, de esas que te especifican el “poséeme”. No tuve que sonreírle para acabar con ella en el baño. Ella violó la distancia de seguridad. Se dejó estirar del pelo, azotar en el trasero, se dejó hacer todo lo que, a cámara lenta, se me iba ocurriendo. Ella disfrutaba todo el tiempo, largísimo, que se iba condensando en el cuarto de baño, pero llegó un momento en que dar placer a la ninfa solo me suponía un esfuerzo por mantener el equilibrio.
Paré, porque me apeteció.
- ¿Qué haces? Dijo ella, turbada y jadeando todavía.
Me habría gustado contestarle, pero no pude. Tenía la sien apoyada en la pared y todo mi cuerpo parecía depender de ella.
Su cara de indignación, su par de insultos, su salida triunfal, como una reina ofendida, me dieron igual, porque yo lo que tenía era sueño.
Mi orgullo era lo menos importante porque aquella noche había salido de casa sin él. No me sentía mal conmigo mismo en absoluto, continuaba del mismo humor, oscuro y agresivo, que al principio.
Me abracé a este pensamiento para dormirme en la taza del váter, con los brazos cruzados bloqueando el pecho y los labios antipáticos.

II.
Cuando descubres a un desconocido durmiendo en el baño, no le pones la mano en la cara para despertarle. Como mucho, le coges del hombro y le zarandeas un poco.
Yo a mí mismo me habría dado un par de patadas, pero ella me puso la mano en la cara. Casi le contesto con un puñetazo. Le salvó el segundo de rigor que necesitaba para averiguar dónde me había dormido. Era Ruth, la chica de los ojos, no la ninfa. Esa me habría meado encima.
La situación para mí fue como otro encontronazo con ella en un sitio igual de pequeño que el anterior, así que la respuesta fue tan rápida como el “levántate y anda”. Me disculpé y salí del baño.
Maldita sea, se me había quedado toda la sangre dormida en los pies, espesa y amarga por la resaca, así que tuve que decelerar un poco por el mareo, una especie de bajón de tensión.
Allí no quedaba nadie. Solo ella y yo. No, no estaba para violarla ahora.
- ¿Necesitas un café?
Debió verme blanco como la pared y arrugado como mi ropa, como mis párpados y ojeras, como mi pelo y como mi rabo. Indefenso. Capullo. Me dije a mí mismo. Vale. Le dije a ella.

SI BAILA...

Si baila luna llena seduciendo al hombre,
redonda y colorada sin un sol que la vigile,
el hombre se convierte en animal,
desquiciado en busca de la oscuridad
donde luna no mire.
Si luna, despechada, da la espalda
y aguanta negra y triste las burlas de las estrellas,
el hombre llora y gime, loco y ciego sin su luz,
jurando ir a tocarla si lo pide.

miércoles, 1 de abril de 2009

MACHAS IBÉRICAS

Al grano: las madres deberían recibir un sueldo como todos aquellos que se dedican a mantener nuestra querida sociedad actual.
Una mujer no quiere dedicarse hoy a ser madre hasta que ha pasado por el aro de la sociedad y, una vez dentro, puede reclamar (si coge aire suficiente) su derecho a dedicarse a ser madre por un tiempo.
Ese aro ha sido creado por y para hombres, y nosotras nos hemos incorporado tarde. No se cuántos siglos tarde. Un ejemplo fácil es que la edad perfecta de una mujer para empezar a reproducirse (como los cds, qué mal suena ya…) es cinco años después de la regla. Aproximadamente a los diecisiete años. Yo a los diecisiete estaba entre primero y segundo de bachiller. No me creo que hoy en día, por no se qué mutación genética, desde la primera regla hasta los treinta y pico – cuarenta años no se despierte el instinto maternal en el cuerpo femenino. Lo cierto es que no se le hace caso, que es necesario obviarlo, porque plantearse su existencia supone entrar en conflicto.
Pregunta inconsciente (sonrisa alelada): ¿Y si me quedase embarazada ahora?
Respuesta consciente (carcajada): ¿Ahora?
Digamos que nos toca renunciar a una parte de “ser mujer” debido al diseño cubista de la escalerita hacia el dinero. ¡Curvas no! Es el momento de plantear que, en este sentido, ser menos mujer no debe implicar ser más hombre, como una nueva especie de machas ibéricas, sino más persona. Está claro que ambos sexos nunca seremos iguales, pero por favor, tenemos que compartir un espacio.
Hoy, la tierra nos llora. A nosotras. Es necesaria nuestra intervención para conseguir un equilibrio, pero mientras tanto que no se nos reproche que renunciemos a traer demasiados niños nuevos a un mundo gobernado por adultos perdidos. Creo que la vida necesita una pausa hasta poner todo esto más en orden. Estoy absolutamente a favor del aborto, y no por ello deja de parecerme lamentable.
“Ni los animales lo hacen”, he leído hoy. Resulta que su selección natural funciona de un modo diferente a la nuestra. Para más información, observen.
Y a aquellos que, para más cojones, (sí, cojones, masculino, idea proveniente de los testículos) se manifiestan en contra del uso de preservativo, les contestaría, por darles con un canto en los dientes y que tengan que revisar su boca, a aquellos les diría que hasta cierto punto se puede ser capaz de renunciar a la penetración, pero no al sexo, y así no estaríamos poniendo en peligro ningún tipo de vida, y aún así, dentro de este arte, a cientos de técnicas las seguirían llamando pecado. No hay nada más antinatural que la castidad.
Radicalismos a parte, tampoco estoy satisfecha con el concepto de sexo que circula entre los nuevos (y no tan nuevos) saquitos de hormonas. Me niego a escribir ahora un manual sobre lo que es el cuerpo, hay ya cientos, desde hace siglos, desde oriente, pero debería saberse que hay placer más allá de un pene entrando en una vagina.
Tengo amigas que han follado como las que más y todavía no han tenido un orgasmo. Tengo amigas que no se masturban porque les da asco. No tengo amigas raras, tengo muchas, y me gusta escucharlas sin filtros de prejuicios.
He hecho una llamada al concepto de “persona” por un consenso en la estructura social. Acudo al mismo concepto por un comportamiento coherente en la cama. Ahora que alguien lo defina.